
¿Una mente inteligente en un cuerpo sano? Predice tu salud según tu capacidad cognitiva
Un estudio descubrió que una mayor capacidad cognitiva se asoció consistentemente con mejor salud, por lo que debemos estimular nuestra mente para tener más inteligencia y vivir más.
Índice
- ¿La inteligencia influye en nuestra salud?
- Cuanta más inteligencia, mejor salud
- ¿A qué se debe esta relación entre salud e inteligencia?
¿La inteligencia influye en nuestra salud?
Se ha demostrado consistentemente que la inteligencia es un predictor de los resultados de salud. Sin embargo, los mecanismos exactos son tema de debate. Se ha sugerido que los factores de riesgo ambientales y conductuales afectan la asociación inteligencia-salud, pero la literatura disponible se ha centrado principalmente en niños y adultos jóvenes.
Un nuevo estudio investigó la asociación inteligencia-salud en adultos mayores. Analizaron datos del Estudio de Salud y Jubilación en Europa (SHARE), una encuesta longitudinal representativa en la que los participantes mayores de 50 años fueron entrevistados en siete oleadas de 2004 a 2017. Los indicadores de salud física y mental (p. ej., número de síntomas; depresión autoreportada) se asociaron con variables de función cognitiva (razonamiento matemático, recuerdo de palabras, fluidez verbal) que se utilizaron como medidas proxy para la inteligencia. Los factores de riesgo conductuales y ambientales (p. ej., consumo de drogas legales, inactividad física, entorno laboral) se examinaron como posibles variables moderadoras para la asociación inteligencia-salud.
Cuanta más inteligencia, mejor salud
La capacidad cognitiva se ha consolidado como predictor de numerosos resultados positivos en la vida: los ingresos profesionales, el éxito educativo, el rendimiento en entornos profesionales o el atractivo para posibles parejas, entre otros, se predicen de forma fiable mediante medidas de inteligencia. Quizás un hallazgo más sorprendente es que las personas con mayor inteligencia presentan mayor longevidad y mejor salud en comparación con sus pares menos inteligentes. Mayor capacidad cognitiva se asoció consistentemente con mejor salud: menor número de síntomas, menos enfermedades crónicas y mejor bienestar mental.
En este estudio, los análisis mostraron una reducción del 11 % en el número de síntomas autodeclarados con cada unidad de aumento en el razonamiento matemático. Los factores de riesgo ambientales y conductuales mostraron efectos moderadores, en su mayoría insignificantes, en la asociación entre inteligencia y salud.
Los hallazgos revelan una asociación positiva entre inteligencia y salud en una muestra longitudinal europea representativa. Los factores de riesgo ambientales y conductuales aportaron poco valor explicativo para esta asociación, lo que sugiere un mecanismo subyacente diferente, como un factor de aptitud física general que afecta tanto a la inteligencia como a la salud.
Los factores de riesgo ambientales y conductuales, como el tabaquismo, el consumo de alcohol, el IMC o el entorno laboral, mostraron pocos efectos moderadores. La inactividad física fue la única covariable que exhibió efectos moderadores en la asociación inteligencia-salud.
Los investigadores han expresado su preocupación por este fenómeno: dado que la capacidad cognitiva varía considerablemente entre individuos, incluso pequeños efectos pueden causar desigualdades significativas en salud y longevidad a nivel poblacional. La inteligencia no es la única variable relevante en esta relación, ya que la salud está vinculada al nivel educativo y a los recursos económicos. Sin embargo, la asociación entre inteligencia y salud se atenúa, pero sigue siendo significativa cuando se controlan los recursos económicos o la educación.
Se esperaría que la inteligencia se asociara más fuertemente con la salud si la infraestructura médica y sanitaria no es igualmente accesible para diferentes personas: dado que la inteligencia se correlaciona con el éxito económico, un nivel socioeconómico más alto facilita el acceso a los recursos sanitarios en tales circunstancias. Por el contrario, se esperaría que una mayor igualdad en la atención sanitaria redujera la asociación entre inteligencia y salud, ya que los factores socioeconómicos son menos críticos para lograr resultados favorables en materia de salud. Sorprendentemente, los avances en el acceso a la atención sanitaria a lo largo del último siglo no han atenuado las asociaciones sistemáticas entre inteligencia y salud.
¿A qué se debe esta relación entre salud e inteligencia?
Se han propuesto diversos mecanismos para explicar la relación entre inteligencia y salud. Es bien sabido que los hábitos saludables influyen en la salud. El tabaquismo es un problema de salud pública de gran repercusión y está estrechamente asociado con numerosas afecciones, como el cáncer de pulmón, el cáncer colorrectal o el riesgo de accidente cerebrovascular. De igual forma, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes o la enfermedad coronaria son dolencias directamente relacionadas con hábitos saludables, como la mala alimentación o la falta de actividad física. Los investigadores han sospechado que las diferencias en los comportamientos de salud son responsables de la correlación entre la inteligencia y la morbilidad: los individuos más inteligentes tienden a evitar comportamientos de salud riesgosos, lo que a menudo resulta en resultados de salud más favorables y, en última instancia, una vida más larga.
También se ha sugerido que el entorno laboral desempeña un papel moderador en la asociación entre inteligencia y salud. Las investigaciones indican que las personas con menor inteligencia tienden a trabajar en entornos menos exigentes intelectualmente y físicamente. Estos entornos suelen ser más peligrosos y pueden afectar negativamente la salud y la longevidad de los trabajadores. Siguiendo este razonamiento, una menor inteligencia pone a las personas en una desventaja significativa desde una edad temprana.
Estudios recientes de asociación genómica indican que la capacidad cognitiva puede estar directamente asociada con la salud y la longevidad a través de un origen genético común. Según esta evidencia, la salud y la inteligencia tienen una correlación genética sustancial. En otras palabras, una salud favorable y una inteligencia alta pueden estar, en parte, causalmente vinculadas a los mismos loci genéticos. Los factores ambientales y conductuales podrían tener una influencia moderadora al exacerbar o atenuar esta relación.
La inteligencia y la salud son relevantes para cada ser humano. Por lo tanto, incluso pequeñas diferencias se acumulan con el tiempo y pueden tener consecuencias enormes no solo a nivel individual, sino quizás más importante, a nivel social.
En resumen: una mayor capacidad cognitiva se relacionó positivamente con resultados de salud más favorables. Las personas más inteligentes reportaron un menor número de síntomas, menos enfermedades crónicas, menores tasas de depresión, menos visitas al médico y menos limitaciones en su vida diaria.
En particular, los mayores efectos se observaron en la salud autopercibida. Esta variable abarca un amplio espectro de la salud y puede ofrecer una visión más completa que otros indicadores (más específicos) del conjunto de datos SHARE. Esto tiene sentido porque la salud autopercibida o autoevaluada se considera un predictor fiable y robusto de la salud y la mortalidad, y se ha utilizado a menudo en numerosos estudios sobre el envejecimiento. Es posible que los entrevistados no sean conscientes de todas las afecciones perjudiciales que padecen, ya que algunas pueden permanecer sin diagnosticar. Sin embargo, la salud autopercibida evalúa una amplia gama de sensaciones y síntomas que pueden indicar innumerables afecciones de salud física y mental en etapas clínicas y preclínicas. Dado que se podría decir que la salud autopercibida captura una proporción mayor de varianza en la salud general que cualquier otra variable disponible, esta variable puede producir la mejor representación del verdadero efecto en términos de la asociación inteligencia-salud en el conjunto de datos SHARE.
El cáncer, a nivel general, no se correlacionó con ningún indicador de capacidad cognitiva. Esto es lógico, ya que, a diferencia de muchas otras afecciones (como las enfermedades cardiovasculares), un gran número de tipos de cáncer no dependen de factores de estilo de vida y, por lo tanto, cabe esperar que no se vean influenciados por elecciones deliberadas de este. Esta observación concuerda con hallazgos previos sobre este tema, que sugieren que las elecciones de estilo de vida podrían no causar la mayoría de los tipos de cáncer, con la notable excepción del cáncer de pulmón.
En todos los análisis, las puntuaciones de aritmética de los participantes resultaron ser el predictor más sólido de los indicadores individuales de capacidad cognitiva: las correlaciones disminuyeron solo ligeramente al controlar la edad de los participantes, lo que indica que estas asociaciones se vieron relativamente poco afectadas por el deterioro previsible de la capacidad relacionado con la edad. En los análisis de regresión, la aritmética fue la que predijo con mayor fiabilidad los resultados de salud. Esto era previsible, ya que se puede asumir que el razonamiento matemático presenta una mayor carga que los demás índices de función cognitiva del conjunto de datos SHARE y es probable que estime la capacidad cognitiva general con mayor fiabilidad. Al controlar por edad y educación, las asociaciones entre la capacidad cognitiva y la salud se atenuaron, pero se mantuvieron significativas y mantuvieron invariablemente sus respectivas direcciones, lo que indica la notable robustez de este efecto. Esto se observó tanto en las correlaciones como en los análisis de regresión.
La inteligencia mostró ciertas asociaciones con factores de riesgo ambientales y conductuales, pero la dirección de los efectos no fue tan clara como con la salud. Una mayor capacidad cognitiva se asoció con menores tasas de inactividad física, lo cual concuerda con hallazgos previos que sugieren que las personas con mayor inteligencia exhiben mayor capacidad y motivación para participar en actividades físicas vigorosas. La inactividad física puede estar relacionada con la alfabetización en salud, que se define como la capacidad de acceder a información sobre temas de salud, así como de interpretarla y comunicarla. La alfabetización en salud se considera un prerrequisito para la toma de decisiones informada en materia de salud. Se ha propuesto la alfabetización en salud como un factor importante en la relación inteligencia-salud porque se asume que las personas más inteligentes obtienen y procesan información relevante sobre salud con mayor facilidad que las personas menos inteligentes. Algunas investigaciones incluso sugieren que la alfabetización en salud es simplemente un componente específico del contexto de la inteligencia general.
Habían planteado la hipótesis de que el IMC, el tabaquismo y el consumo de alcohol se asociaban negativamente con la capacidad cognitiva. Sin embargo, el IMC no se asoció significativamente con la capacidad cognitiva, ni tampoco el tabaquismo. En estudios anteriores, se ha observado con frecuencia que dejar de fumar se relaciona con la inteligencia, pero no así el hábito de fumar. En este estudio, solo consideraron si los participantes habían fumado alguna vez, pero no si lo hicieron ni cuándo lo hicieron, lo que podría haber enmascarado una posible asociación con la capacidad cognitiva.
Entre los factores de riesgo, el consumo de bebidas alcohólicas mostró correlaciones positivas pequeñas, pero significativas, con la capacidad cognitiva, lo que indica que las personas con mayor capacidad cognitiva consumían más alcohol que las personas con menor capacidad. Estudios previos han encontrado correlaciones similares que indican un consumo general de alcohol más frecuente en sujetos con mayor inteligencia infantil, pero menores tasas de comportamiento problemático con el alcohol. Estos hallazgos pueden atribuirse a diversas causas. Se ha sugerido que las personas más inteligentes podrían estar mejor preparadas para evitar los efectos adversos del consumo de alcohol en la salud (p. ej., reduciendo su consumo al darse cuenta de la aparición de un comportamiento problemático con el alcohol). Considerando que estos análisis no indicaron correlación con resultados desfavorables para la salud, los resultados coinciden en general con esta interpretación. Otros han especulado que el éxito en ciertas profesiones (en particular, las de oficina) puede depender en cierta medida de la disposición a beber alcohol en entornos sociales que suelen estar relacionados con trabajos cognitivamente más exigentes. Otra posibilidad es que las personas más inteligentes sean más capaces de ocultar su consumo problemático a los demás o incluso los médicos tienden a atribuir erróneamente los comportamientos problemáticos en personas más inteligentes a causas socialmente menos indeseables.
Como era de esperar, los participantes que trabajaban en entornos laborales de alto riesgo obtuvieron puntuaciones más bajas en las variables de función cognitiva. Esto podría indicar que los empleos administrativos de bajo riesgo se seleccionan por inteligencia, lo cual concuerda con investigaciones previas. Sin embargo, dado que en el presente estudio la capacidad cognitiva se evaluó a una edad promedio de 64 años, se podría argumentar que una función cognitiva más baja podría reflejar una mala salud general como consecuencia de factores ambientales como el entorno laboral. No obstante, el entorno laboral solo mostró asociaciones bivariadas triviales con la salud, lo que contrasta con esta interpretación.
Entre los factores de riesgo ambientales y conductuales, la inactividad física fue el único que mostró asociaciones consistentes con la salud, especialmente en lo que respecta al número de limitaciones en las actividades de la vida diaria que enfrentaban los participantes. Es importante destacar que la inactividad física puede considerarse tanto un factor de riesgo como un resultado, ya que puede ser consecuencia de una enfermedad prolongada. Los participantes de SHARE incluidos en nuestrosestos análisis fueron evaluados de seis a siete veces a lo largo del estudio. Si se asume que el deterioro de la salud se asocia con una mayor inactividad física, la inclusión de las medidas repetidas como variable de efectos aleatorios habría atenuado la influencia del deterioro de la salud. De hecho, estos análisis de regresión de efectos mixtos mostraron que la inactividad física predijo significativamente diversos resultados de salud, lo que indica que podría ser, al menos en parte, responsable de peores resultados de salud.
Los participantes con un IMC más alto presentaron tasas ligeramente más altas de enfermedades crónicas y reportaron una autopercepción de salud ligeramente peor. Es importante señalar que el IMC ha sido objeto de críticas durante mucho tiempo porque no considera el porcentaje y la distribución de la grasa corporal, principales factores de morbilidad y mortalidad por obesidad. La cuestionable fiabilidad del IMC afecta negativamente su capacidad para predecir resultados de salud, lo que podría explicar las bajas correlaciones encontradas en la muestra SHARE. El hecho de que el IMC mostrara asociaciones con la salud, a pesar de sus problemas metodológicos, sugiere que las correlaciones encontradas en la muestra SHARE pueden considerarse un umbral mínimo de la verdadera asociación.
En resumen: en una muestra representativa europea de mayores, mejor capacidad cognitiva predice mejor salud física y mental, un vínculo que parece no explicarse por el estilo de vida ni el entorno. Esto sugiere la necesidad de investigar factores biológicos o genéticos comunes que puedan influir tanto en inteligencia como en salud.

Ideas clave
- Diversos estudios han demostrado que la inteligencia se asocia con mejores resultados de salud, pero los mecanismos detrás de esta relación aún son debatidos.
- reciente estudio basado en datos del Estudio de Salud y Jubilación en Europa (SHARE), que incluye a personas mayores de 50 años, analizó cómo diferentes medidas de capacidad cognitiva (como razonamiento matemático o fluidez verbal) se relacionan con indicadores de salud física y mental a lo largo del tiempo.
- Hallazgos clave: Las personas con mayor inteligencia reportan menos síntomas físicos, menos enfermedades crónicas, menor depresión y mejor salud autopercibida.
- El razonamiento matemático fue el mejor predictor individual de buena salud.
- La asociación entre inteligencia y salud se mantuvo significativa incluso al controlar por edad, educación y nivel socioeconómico.
- Los factores de riesgo ambientales y conductuales (como tabaquismo, alcohol, entorno laboral o IMC) no explicaron completamente esta relación.
- Solo la inactividad física mostró un efecto moderador significativo.
- Posibles mecanismos explicativos: Conductuales: Las personas más inteligentes tienden a evitar hábitos nocivos y a adoptar estilos de vida más saludables, como mayor actividad física.
- Laborales: Los individuos con menor inteligencia suelen desempeñarse en entornos laborales más riesgosos, lo que puede afectar su salud a largo plazo.
- Genéticos: Estudios genómicos recientes sugieren una base genética compartida entre la inteligencia y la salud.
- Alfabetización en salud: La capacidad para comprender y aplicar información médica puede ser mayor en personas con más inteligencia, lo que influye en sus decisiones de salud.
- Observaciones adicionales: El cáncer no mostró asociación con la inteligencia, lo cual es esperable dada su menor dependencia de factores conductuales.
- El IMC presentó correlaciones débiles con la salud, posiblemente por limitaciones metodológicas en su cálculo.
- Un hallazgo curioso fue que las personas más inteligentes reportaron un mayor consumo de alcohol, aunque sin consecuencias negativas claras para la salud.
- La inteligencia parece ser un factor robusto y consistente en la predicción de la salud en la vejez, más allá de los estilos de vida o el entorno social.
- Estos resultados sugieren la necesidad de profundizar en factores biológicos o genéticos comunes que puedan estar detrás de esta conexión.
Enfermedades relacionadas
Fuente:
- Jonathan Fries, Jakob Pietschnig, An intelligent mind in a healthy body? Predicting health by cognitive ability in a large European sample, Intelligence, Volume 93, 2022, https://doi.org/10.1016/j.intell.2022.101666.
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